Georgina Orellano es trabajadora sexual desde hace 15 años y se desempeña como secretaria general nacional de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR). Lucha por los derechos laborales, la despenalización de la actividad y exige el fin del hostigamiento y la violencia policial que ejercen contra el colectivo.
¿Cuándo comenzaste a ejercer como trabajadora sexual?
Arranqué a ejercer el trabajo sexual cuando tenía 19 años. Había terminado la secundaria y empecé a buscar trabajo. Me encontré con opciones laborales muy acotadas. Con el tiempo me di cuenta que esas opciones tuvieron que ver con haber nacido mujer y pertenecer a los sectores populares. Podía acceder solamente a trabajos de limpieza y de cuidado. La mayoría eran muchas horas y no me convencía el salario que era muy precario. Por ese entonces tenía un objetivo personal: poder ingresar a la universidad, pero a la vez tenía presión social por sobrevivir y ayudar a mi familia. Esto hizo que empiece a trabajar como niñera y dando clases de apoyo a chicos que se llevaban materias, para poder terminar el CBC de Ciencias Políticas. Trabajé todo ese año cuidando chicos cuya mamá no me había dicho que ejercía el trabajo sexual, sino que trabajaba como empleada en un hotel. Cuando terminé el CBC tenía más disponibilidad horaria y comencé a conversar con ella, hasta que me preguntó a qué me quería dedicar. Yo quería un trabajo como ella por la calidad de vida que tenía: una mamá soltera, jefa de hogar que trabajaba pocas horas y vivía bien económicamente. Un día me lo confesó y me pidió que no le contase a nadie. Ese día volví a mi casa con un montón de preguntas y empecé a investigar. A lo que pude acceder de información me generaba temor y se contradecía con lo que yo veía en esa casa: una casa de familia. Decidí respetar el secreto, la confianza y empecé por preguntarle por qué le gustaba ese trabajo, cómo era, etc. Comenzó a ser un mundo más cercano de lo que creía, y luego me animé a decir que si a ella le iba bien en ese trabajo y no era tan malo como yo creía, yo también podría tener una buena experiencia, por eso decidí empezar a ser prostituta ocultándoselo a mi familia por mucho temor al qué dirán. Cuando empecé a ejercerlo me dio una autonomía económica que me permitió ayudar a mis seres queridos, independizarme y con el tiempo terminé eligiéndolo.
¿Cómo fueron tus primeros pasos?
El primer año fue muy difícil. La primera cita no sabía qué decir, que no, como encarar el servicio, cuanto contar de mi vida y cuanto no, qué preguntarle. El primer cliente fue a través de mi jefa, que un día vino y me dijo que un cliente buscaba a una chica como yo para hablar “modo novia” porque hace poco se había divorciado y estaba mal anímicamente. Eso me interpeló y me pregunté ¿puede ser algo que pueda hacer? Luego me mostró una foto de él y no podía creer que esa persona iba a pagar por hablar con una chica. Ella me decía: “los clientes nuestros no son marcianos, son personas”. Yo me había imaginado todo un estereotipo: feo, pelado, gordo, viejo, violento, machista. Y era una persona de 40 años común y corriente. Me derribó los prejuicios.
¿Cuándo decidiste hacerlo público?
Pasó mucho tiempo cuando lo hice público. Se lo conté a mi familia en el año 2009. Fue más difícil contárselo a mi madre y a mis amigas que a mi hijo que hoy ya tiene 14 años. Mi madre me abrazó y lloró y me pidió que me cuidara. Fue un gran alivio ya que era una mochila muy pesada.
¿Cómo ingresaste a la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR)?
En 2010 ingresé a AMMAR. Esto se dio porque en 2009 empezamos a tener muchos problemas con la policía y con los vecinos en la zona de donde yo trabajo, y la verdad que teníamos muy pocas posibilidades de generar herramientas para defender nuestra fuente de trabajo. Nos querían expulsar del espacio público. Hubo compañeras de AMMAR que se acercaron a la zona para repartir preservativos y folletos. Les comentamos lo que estábamos pasando, que necesitábamos ayuda. Nos convocaron a una reunión, sentimos que alguien nos defendía y nos escuchaba, y como forma de agradecimiento empezamos a militar en AMMAR, con mis compañeras.
¿Cómo se combina la maternidad con el trabajo sexual?
Yo elegí el trabajo sexual porque me da la posibilidad de compatibilizar a la Georgina militante, a la trabajadora sexual y a la mamá, cosa que en otros trabajos es más acotado. Acá puedo congeniar los horarios. Salgo de mi casa sabiendo que mi hijo tiene la comida lista. Vuelvo entre 6 y 7 de la tarde pasando por el supermercado y comprando lo que vamos a comer a la noche.
¿Trabajaste en algún otro lado?
Sí. He trabajado en lugares donde me ofrecían obra social, aporte jubilatorio, pero tenía que trabajar 12 horas por día, y aun así el dinero que me pagaban por hora no se comparaba con el trabajo sexual. No es que esté romantizando a este último, pero en vez de criticar lo que hacemos también hablemos de lo que pasa en el resto del mercado laboral, sino todos los trabajos parecieran dignos menos el nuestro, y no es así. He sido empleada en casas particulares y me banqué situaciones de maltrato, de tener que hacer cosas que no quería pero que sabía que si no las hacía me quedaba sin trabajo. Cuando trabajé en una metalúrgica me pasó lo mismo. Me fui dando cuenta que el trabajo sexual tenía cosas buenas, y las puse en valor cuando empecé a ejercer otros trabajos.
¿Cuáles son las principales ventajas y desventajas?
Tiene muchas ventajas en cuanto a la libertad del horario y la organización cotidiana de una familia. También el hecho de elegir con quién estar, pero no se da de un día para el otro. Al principio no sabía mucho de trabajo sexual. Fui adquiriendo herramientas para poner límites y negociar. Me ayudaron los años, la experiencia y el hecho de organizarme con otras compañeras. Me han aconsejado: No te alejes de la zona, trabajá con dos o tres hoteles que estén cerca, no te subas al auto sin haber arreglado antes el precio, tené el dinero en la cartera, etc. Lo fui transitando. En cuanto a las desventajas, la principal es la violencia policial. No tener la seguridad de salir de tu casa y saber que te va a pasar. Tenemos que tener siempre el teléfono cargado con batería y crédito, el DNI y el teléfono de los abogados de la organización, porque a veces la policía puede pasar y no hacer nada, y otras te encontrás con un operativo que implica que te retengan, que averigüen antecedentes, que te requisen y te lleven a la comisaría. Otra de las desventajas es no tener obra social ni aportes jubilatorios. Cuando te enfermas nadie te lo va a reconocer, no podés tener vacaciones porque no hay política pública que genere un ingreso extra. El 80% de las trabajadoras sexuales somos mamás jefas de hogar, tenemos de uno a siete hijos, y nuestro único ingreso es lo que generamos.
¿Cómo les impactó la pandemia en el trabajo?
Durante este periodo, se evidencio la vulnerabilidad a la que se encuentra expuesto el colectivo. Se demostraron las consecuencias de la falta de reconocimiento como trabajadoras y trabajadores sexuales. La histórica desprotección en términos de vivienda y salud se profundizó, dando lugar a una profunda crisis habitacional y sanitaria y, en este contexto, se sumó una crisis alimentaria por la imposibilidad para trabajar. La pandemia mostró la imperiosa necesidad de que el Estado mire para este sector. Fue una situación desesperante la que atravesamos el año pasado. La manera que tenemos de acceder a la vivienda es muy precaria, los lugares donde vivimos y alquilamos son todos de palabra, y lo que pagamos no está registrado en ningún lado. Había compañeras que iba pasando las semanas y no tenían ingresos porque no podían salir a trabajar. Llegaban a la organización para buscar alimentos. Tenían deudas, porque nosotras pagamos el doble el acceso a una casa o a una habitación de un hotel, a diferencia de otras personas cuyo trabajo no está tan estigmatizado. Los abusos que sufrimos son productos de la clandestinidad y la criminalización. Te dicen “nosotros les estamos haciendo un favor a ustedes porque nadie quiere alquilarles”, sosteniendo que somos delincuentes.
¿Qué es lo primero que necesitan en el corto plazo?
En lo inmediato necesitamos que se frene la violencia policial. Una de las cosas que más aumentó en la pandemia es la represión policial a las y los trabajadoras sexuales, el hostigamiento, el pedido de coimas para dejarnos trabajar tranquilas. Hay que ponerle un fin y necesitamos un Poder Ejecutivo que lo ponga en agenda y hable de la vulneración a los derechos humanos que sufrimos. Que tengan un compromiso real con este sector e insten a las provincias a que deroguen las normativas de perseguirnos.
Por último, ¿podrías contar todo lo que la gente quiere saber del trabajo sexual y no se anima?
Sí. En las redes sociales me preguntan muchas cosas sobre los clientes y mis preferencias. Hay cuestiones básicas que son arreglar previamente el servicio, la tarifa, el hotel y el tiempo, usar siempre preservativo y bañarse antes y después. Siempre les hacemos creer que tiene el poder en la cama, es parte de la fantasía.
También me preguntan si tuviera la posibilidad de cambiar de trabajo qué haría, y la realidad es que elijo ser trabajadora sexual porque puedo decir “esto sí y esto no”, incluso muchas veces clientes me han pagado solo por conversar.
Otra de las consultas que me hacen es si beso en la boca. Eso lo hago solamente si el cliente me gusta mucho, pero en este contexto de pandemia no doy ese servicio. Otra de las cuestiones es que para ir a la casa de un cliente tiene que haber mucha confianza. En cuanto al rango de edad de los clientes, ronda en general entre los 40 y los 80 años, con algunos me he encariñado y he llorado si han fallecido. ¿El máximo de clientes que tuve? Un día de lluvia allá por el año 2009, 36 en total. Épocas doradas.
Lic en Ciencias de la Comunicación (UBA). Posgrado en Comunicación Corporativa (UADE). Maestrando en Gestión de la Comunicación en las Organizaciones (Universidad Austral). Periodista agropecuaria. Comunicadora en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria.
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Valeria Guerrahttps://postperiodismo.com.ar/author/valeria-guerra/
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