El rol de los intelectuales en política ha sito tema de debate, dentro y fuera de su campo. Por momentos, se los ha descalificado por considerarse libre pensadores y en otras ocasiones se los ha convocado para sacar las papas del fuego cuando se trata de buscar consensos y darle un buen sentido a la vida real, esa que transitamos a diario. Nancy Lorenzo te cuenta los debates que van de la modernidad a la postmodernidad. Como corresponde, en PostPeriodismo.
Pensar la figura y la función del intelectual presupone percibir cómo surge esaien subjetividad e ingresar de lleno en la historia de las ideas modernas. Durante el siglo XVIII los fisiócratas (artífices del liberalismo económico) desarrollaron una teoría de la opinión pública.
El término no tenía el sentido que le damos hoy en día (la opinión pública como sentido común, opinión promedio, sentimiento general). Para ellos, la opinión pública era la expresión de la razón y la evidencia. No podía entonces venir de abajo, surgir del sentido común, o ser resultado de una aritmética discordante de los puntos de vista individuales. Para los fisiócratas el hombre de letras era quien formaba la opinión pública ya que su profesión consistía en cultivar su razón para aumentar la de los otros.
De esta manera, el hombre de letras será la figura alrededor de la cual se van a organizar la idea de política racional y la “consagración del escritor”. El filósofo es percibido como el portavoz de la razón; la opinión pública no se confunde entonces en lo absoluto con la opinión del pueblo sino que es resultado solamente del movimiento de confrontación de las ideas entre los filósofos, de donde resulta el descubrimiento de la evidencia.
Y es precisamente en la Francia del siglo XVIII donde aparecen las primeras matrices de la función intelectual moderna. Nombres como Voltaire, Diderot, Montesquieu, Rousseau son hombres que enciclopedizan el nuevo saber, intervienen en la crítica a las costumbres, valores, poderes, credos y tipos de sociedad; es decir, que actúan en términos intelectuales cuestionando lo irracional, lo injusto de un orden dado, ya sea desde una intención reformista tendiente a asesorar a despotismos ilustrados, a sensibilizar a los monarcas o a especular con nuevas formas de gobierno.
Pero de estos filósofos de las luces, sin duda es Jean Jacques Rousseau quien funda la misión del intelectual moderno ya que fue el primero en desarrollar una filosofía de la historia: en la crítica que hace de la cultura de la Ilustración, en el desenmascaramiento de su formalismo mecánico, no sólo se expresa la conciencia de la crisis cultural sino el concepto moderno del intelectual.
Muchos han criticado el “primitivismo” de Rousseau sin considerar que su “volvamos a la naturaleza” tenía en último término un único motivo: fortalecer la oposición contra una evolución que había conducido a la desigualdad entre los hombres; se volvía contra la razón porque en el desarrollo de la inteligencia veía también el proceso de segregación social.
Ahora bien, la ilustración parisina tiene también otro tipo de subjetividad política intelectual: la revolucionaria. El siglo XVIII no concluye bajo una reforma gradual pretendida por los filósofos de las luces sino por el asalto a la Bastilla, la ejecución del emperador, las barricadas, la guerra por la patria bajo el amparo de una nueva constitución de fraternidad, igualdad y derechos humanos y el terror de la guillotina para salvar la revolución. En esta escena aparece el intelectual revolucionario de la talla de Danton, Marat, Babeuf, Robespierre, que asumen de lleno el asunto de la praxis política.
Junto a la figura del sabio y del intelectual revolucionario surge la versión bohémica en Inglaterra, el habitué de los cafés londinenses: críticos de arte, poetas, dramaturgos, profesores universitarios, periodistas con sus preocupaciones sociales, donde democratizan las temáticas de artes y ciencias y discrepan sobre obras literarias y fundan el clásico espacio de la cultura burguesa moderna.
En el siglo XIX aparece el mote de “ideólogos” para descalificar a los intelectuales. Ideólogos habían sido los grandes hombres de la Revolución francesa: los enciclopedistas, los científicos, los librepensadores que pasaron a llamarse ideólogos por su crítica de las circunstancias políticas, militares y sociales. Fue Napoleón quien los llamó por primera vez así a aquellos que descalificaron su gobierno. Y a la crítica de esos individuos contra los poderes las llamó ideologista: este desencuentro anticipaba lo que sería una adjetivación despectiva sobre el intelectual, bajo la acusación de ideologizar la realidad, un episodio que marca la relación conflictiva que siempre estará presente entre los intelectuales y políticos.
En nuestro país la figura del intelectual arrastra desde el principio de nuestra nacionalidad una relación conflictiva entre el intelectual y el político. Y a diferencia de Europa, la figura del intelectual en Argentina no va a encontrar un reconocimiento acabado de su misión ni desde el poder, las instituciones, ni desde la sociedad.
Bibliografía utilizada para esta nota:
Casullo, Nicolás: Las cuestiones, 2007
Rosanvallon, Pierre: La consagración del ciudadano Historia del sufragio universal en Francia, 1999
Licenciada y profesora en Letras. Cursa la Maestría en Ciencias políticas y Sociología. Caminante incansable de los senderos patagónicos. Amante de los refugios de montaña y de los andinistas. Amiga de los soñadores, de la naturaleza, y de los libros
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