Desierto, indios y ejército civilizador. En esta lectura crítica, Nancy Lorenzo recorre uno de los tópicos ineludibles de la literatura argentina. La ciudad y el progreso frente un territorio llano vacío, porque la cultura originaria o de mezcla no estaban en el mapa de la conquista interior. Algo así como la metáfora de un pueblo carcelero o asesino de su propio pueblo, siempre bajo la guía de de una élite dominante, en esa literatura de frontera de la generación del 37. Parodia y paranoia al decir de Ricardo Piglia en «La Argentina en Pedazos».
Así como en el Siglo XX la representación de la ciudad de Buenos Aires es un tópico recurrente en la obra de diversas autores, durante el Siglo XIX el “desierto” fue el territorio por excelencia en la literatura argentina ya que acarreaba consigo la problemática del indio y la frontera. Esta topografía diseñada y custodiada por el ejército civilizador fue para los letrados argentinos la única posibilidad de nombrar el territorio al que querían constituir en Nación.
En efecto, la idea político-económica de sacar provecho a la riqueza que el mismo territorio proveía para el engrandecimiento y bienestar de la Nación se unió al proyecto estético de promover una poesía nacional que estableciera definitivamente un imaginario sobre el desierto y sus habitantes, inaugurándose así una literatura de frontera que adquirió resonancia y disfrutó de la permanencia de letrados tales como Esteban Echeverría, Domingo Faustino Sarmiento, Lucio Mansilla, José Hernández y los viajeros europeos.
Si en aquellos años el desierto es el tópico central de la cultura argentina es porque existía la necesidad de nombrar y así colonizar literariamente un espacio peculiar que se identificaba con el vacío, para poder entonces llenarlo de significados. Es justamente la Generación del 37´ la que empieza a dar nombre a esas extensiones inconmensurables, designándolas bajo el término de desierto que acuñan para la literatura nacional, construyendo, a su vez, un conjunto de discursos que querían servir de base a una tradición para el país que estaban forjando.
A propósito de su doble programa político y estético, Esteban Echeverría escribía en las reflexiones preliminares a La Cautiva: “El desierto es nuestro más pingüe patrimonio”, marcando así el mito de origen de nuestra literatura fundado en la distancia estética con que la mirada romántica y estrábica (un ojo en Europa y otro en las entrañas de la tierra y de la sociedad) se desliza sobre el paisaje americano. De este modo, con La cautiva, Echeverría se vuelve propietario artístico de la llanura pampeana por la colonización estética del paisaje local poniendo en marcha una autonomización de la cultura argentina.
De igual modo y a mediados del siglo decimonónico, Sarmiento arroja la metódica construcción de la Argentina también como un desierto: en su libro Facundo erige la conciencia del vacío en un país que se representa como un territorio deshabitado, a fuerza de estar ocupado por gauchos, indios y otros inconvenientes que debían erradicarse literalmente en función de su plan civilizador. De esta manera, desierto, indios, frontera y ejército civilizador conforman una estructura conceptual que nace y se consolida en la denominada literatura de frontera que legitima literariamente un accionar político a expensas de la perpetuación de un imaginario social específico engendrado por el discurso oficialista.
Sin embargo, la significancia que tales términos connotaban ingresan en un proceso reformulativo en la década del 80´ del Siglo XX cuando aparece la relectura histórico literaria a cargo de David Viñas: ante ese ejército que ocupa y desocupa un territorio que se dice desértico, proyecta una organización valorativa y política de las antinomias culturales en la recuperación de un espacio que, antes bien, se encontraba hiperpoblado -en el desierto había indios y eran muchos- y se propone también evidenciar esa capacidad silenciadora propia de la violencia oligárquica.
Ahora bien, se califica desierta una extensión física que sólo es naturaleza, pero también es desierto un espacio habitado por hombres cuya cultura no es reconocida. Tal como señala Beatriz Sarlo la palabra desierto, más allá de una denominación geográfica o sociopolítica, tiene una particular densidad connotativa en quien la enuncia ya que implica un despojamiento de cultura: donde hay desierto no puede haber cultura pues el “otro” que lo ocupa es visto precisamente como otredad absoluta, como diferencia intransitable. De este modo, la idea de vacío que manejan los escritores letrados a propósito de la extensión pampeana no puede ser compatible con la tarea de la construcción de una Nación. Por el contrario, la idea del desierto es lo que determinó la formulación de estrategias políticas y literarias por parte de la elite gobernante -en la que se confunden escritores y funcionarios- que procedió a llenar de un determinado sentido esa zona vacante y terminar con el problema del indio material y simbólicamente.
Bibliografía utilizada para esta nota: Sarlo, «Conmigo, no» Beatriz: Ensayos Argentinos: De Sarmiento a la vanguardia, Editorial Siglo XXI
Licenciada y profesora en Letras. Cursa la Maestría en Ciencias políticas y Sociología. Caminante incansable de los senderos patagónicos. Amante de los refugios de montaña y de los andinistas. Amiga de los soñadores, de la naturaleza, y de los libros
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