Este 14 de julio se cumplieron 231 años de la Revolución que inventó la guillotina y, con ese artefacto, la matriz cultural de las democracias modernas. Nancy Lorenzo analiza aquel movimiento ilustrado, que lejos de imponer un modelo de raíz popular, le quitó con ese método quirúrgico -menos cruel que la hoguera y la tortura hasta la muerte- los privilegios de clase que dieron origen a las burguesías. Habría que esperar hasta la Comuna de París, en 1871, para ver en Francia un movimiento verdaderamente autogestivo. Sin embargo, en esta contradicción surgirá el emblema de la libertad, igualdad y fraternidad.
Si durante la mayor parte del siglo XVIII, los historiadores de la época consideraban que las grandes invasiones francas constituían la clave de la estructura social nobiliaria francesa, a partir de 1789 la Revolución Francesa pasó a ser el gozne y el prisma que articulaba el presente y el futuro de Francia, en la construcción de un nuevo mito de origen (distinto al del Antiguo Régimen) y de la identidad francesa: se trataba de restituir un origen «verdadero» a la Nación, a partir del cual surge así un “mundo nuevo” fundado en una promesa indefinida de igualdad y una forma privilegiada de cambio. Desde esta perspectiva, los acontecimientos de 1789 dieron lugar al capitalismo, al predominio burgués y a los valores ideológicos que se le suponen adheridos.
Sin embargo, y como señala Alexis de Tocqueville, la Revolución Francesa no es solamente una serie de cambios sino también de continuidades, como lo es particularmente el proceso de centralización administrativa bajo el Antiguo Régimen y su influencia sobre lo que podríamos denominar la posterior “democratización” de la sociedad. Es decir, el Estado administrativo que gobierna sobre la sociedad francesa con una ideología igualitaria ya había sido realizado por la monarquía antes de ser consumada por los jacobinos y el Imperio.
Ahora bien, si bien es cierto que ni el capitalismo ni la burguesía han necesitado de revoluciones para aparecer y dominar en la historia de los principales países europeos del siglo XIX, no es menos cierto que Francia es el país que inventa -gracias a la Revolución- la cultura democrática, porque transforma los mecanismos tradicionales de la política mediante su instalación en un espacio vacío de poder desde donde desarma el Estado y moviliza a la sociedad. Es decir, la Revolución hace que todo se incline contra el Estado y se ponga del lado de la sociedad. De esta manera, mientras en el Antiguo Régimen todo estaba en manos del rey y era un reino de súbditos, con la Revolución se funda una nueva nación de ciudadanos, constituyendo una ideología de ruptura radical con el pasado mediante un dinamismo cultural de la igualdad, y descubriendo al mundo la libertad de lo social en relación a lo político.
Esto no implica que la Revolución Francesa inventó la política como dominio autónomo del saber, sino que los franceses inauguraron a fines del siglo XVIII la política democrática como ideología nacional. Si bien en esos años esta política democrática no remitía aún a un conjunto de procedimientos destinados a organizar mediante el sufragio el funcionamiento de los poderes públicos; construyó un nueva legitimidad nacida de la Revolución según la cual el “pueblo” podía mediante una coalición de buenas voluntades instaurar en el porvenir la libertad y la igualdad
Y aunque durante aquellos años revolucionarios ninguna burguesía “liberal” pudo ser la encarnación de esta nueva legitimidad democrática y ninguna representación parlamentaria consiguió transformar en leyes duraderas los derechos y los deberes de los nuevos ciudadanos, la Revolución Francesa además de ser para los franceses el mito de origen y de identidad, tiene un interés histórico que reside –como señala Furet- en lo que ella tiene de único y que llegó a ser universal: la primera experiencia de la democracia.
Bibliografía utilizada para esta nota: Furet, François: Pensar la Revolución Francesa. Barcelona, Petrel, 1980.
Fuente: Canal Youtube – Francisco Rosas Castillo / Telesur TV
Licenciada y profesora en Letras. Cursa la Maestría en Ciencias políticas y Sociología. Caminante incansable de los senderos patagónicos. Amante de los refugios de montaña y de los andinistas. Amiga de los soñadores, de la naturaleza, y de los libros
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