El psicoanalista, filósofo, escritor y docente, Luciano Lutereau, brindó una entrevista a PostPeriodismo, donde habla de las relaciones en la era digital, cómo influye en ellas la pandemia, el movimiento feminista, el hombre deconstruido y el lugar del psicoanálisis para recuperarle el sentido a la vida. Es autor de los libros Más crianza, menos terapia (Paidós, 2018) , y Esos raros adolescentes nuevos (Paidós, 2019), entre otros. «Si existe un varón deconstruido o uno feminista, no es el que se autoproclama como tal», asegura Lutereau.
¿Cómo fueron tus inicios en el psicoanálisis y la filosofía y qué te llevó a elegir ese camino?
Tuve la suerte de nacer en una familia de profesionales, con recursos como para que yo pueda elegir estudiar en la Universidad una carrera acorde a mis intereses. Desde joven la lectura fue algo casi permanente, siempre había querido leer a Freud. Además fui un niño en análisis, también tuve otro tratamiento en la adolescencia. Sin embargo, no me interesaba conocerme a mí mismo. Sí creo que mi móvil más grande es querer entender por qué alguien hace lo que hace. Eso me llevó de la Facultad de Psicología a la vecina de Filosofía. Fueron años de mucho estudio. Los recuerdo con placer, aunque también fueron dolorosos. Las facilidades que tuve en la vida siempre me hicieron creer que tenía que ser bien responsable, aprender a ganarme las cosas con mucho trabajo. En algún momento eso fue motivo de otro análisis. Con el tiempo pude empezar a disfrutar el trabajo. Hoy no me considero psicoanalista ni filósofo, creo que soy alguien que trata de vivir de pensar y piensa para vivir.
¿Cómo definirías al psicoanálisis y qué es lo que se ve desde el diván?
El análisis es un método antes que una teoría, es una práctica que busca producir una experiencia, la de alguien que puede ser capaz de escucharse y, eventualmente, asumir ciertas contradicciones, o bien que no siempre que dice lo que quiere decir… dice eso, sino algo más, otra cosa, algo diferente, que es la puerta abierta a una intimidad ajena, pero no por eso menos propia. El psicoanálisis es para dejar de mirar qué hacen los otros, para dejar esa posición de justificación permanente de uno mismo, que es tan actual hoy en día, cuando todos queremos estar del lado de los buenos y contarle las costillas a los demás. Cuando uno se analiza, puede prescindir de la victimización, de la autocomplacencia, aunque también deja de pegarse con un palo por cosas que no valen la pena; con análisis se puede empezar a decir que sí, cuando se quiere decir que sí; se puede aprender a decir que no, cuando no se quiere decir que sí. Además, se empieza a “estar”, porque no solo se trata de entender lo que nos pasa, sino también de vivirlo, o como dicen Jorge Drexler y Kevin Johansen, para no pasar la vida sin que la vida pase a través de uno.
¿Cómo han cambiado las relaciones en la era digital?
Creo que cambiaron de muchas formas. Sin una valoración definitiva, sí creo que puedo decir que creció mucho el nivel de ansiedad que se maneja. En la virtualidad hay algo del tiempo “real”, que hace que a veces importe más el efecto que se espera de algo que lo que se dice. Esto se puede aplicar a una conversación por WhatsApp tanto como a las noticias y los medios de comunicación. Al mismo tiempo, la conectividad es agotadora. En el consultorio hace rato que es preciso trabajar durante un tiempo inicial en que cada quien pueda desengancharse de lo que llamo “personalidad reactiva”, que es una especie de coraza impulsiva, de funcionamiento cuasi maquínico (por eso algunos dicen “quiero desenchufarme”) que hace que la gente viva haciendo cosas, pero sin saber qué vida está viviendo. En algunos casos se trata de personas que pueden ser muy exitosas, pero eso no sirve para nada. Es parte de la compulsión del hacer, que va de la mano de un vacío enorme, de la pérdida de lo más vital de la vida: el erotismo. Pueden tener vidas deserotizadas incluso con una práctica sexual muy activa. Esto es algo propio de nuestro siglo, que el sexo ya no se relaciona directamente con la sensualidad; el sexo puede ser tranquilamente un medio para canalizar tensiones, agresiones, deseos frustrados, en fin, cuando alguien en análisis empieza a conectar con el erotismo, enriquece otros ámbitos de la vida, algunos incluso que le parecían menores, como disfrutar de una comida, un paseo, estar a solas y, por supuesto, la vida sexual se vuelve mucho más interesante, porque ya no se tiene sexo con un órgano, sino con todo el cuerpo. En el orgasmo, que no es lo mismo que acabar, se consigue un cuerpo. ¿Parece extraño lo que digo? ¿No es nuestro siglo el del ideal de la mujer multiorgásmica y los varones adictos al Viagra? Hay cosas en las que todavía no sólo somos freudianos, sino también shakespeareanos. Mucho ruido y pocas nueces.
¿Cómo ha influido la pandemia en las relaciones de pareja?
Creo que la pandemia puso de manifiesto que una pareja no sólo está hecha del tiempo que dos personas pasan juntas, sino también de la ausencia; que el deseo necesita cierta distancia. Si no aparecen las típicas fantasías de infidelidad, que pueden ser más o menos conscientes, o darse a través de sueños. No pocas personas soñaron en estos días con otras relaciones, ex parejas, en fin; pero esto no es nada nuevo. El punto es que para muchas parejas no estaban dadas las condiciones para una convivencia full time y ahí apareció la culpa: ¿cómo le digo que me quiero ir a caminar solo? ¿Y si me quiero ir a pasar unos días a lo de un amigo? ¿Y si el fin de semana prefiero estar en otro lugar? El amor del siglo XXI es fuertemente posesivo y paranoico, por más que se hable tanto de deconstruir el amor. O, mejor dicho, estos discursos son un indicador de ese síntoma. Porque la falta de presencia es vivida como traición, desamor. El amor que no confirma sus condiciones, es menos amor. Hace un tiempo se debatía si el amor dolía o no, creo que hoy la cuestión es todavía más radical, deberíamos pensar por qué el amor se volvió tan intenso, agobiante y celoso. Esto se asocia a lo que antes dije respecto de lo digital, ¿quién no está pendiente hoy de si el otro está “en línea” o no? Lo interesante es que los dispositivos tecnológicos hayan venido a nutrir ese tipo de enloquecimiento. Tal vez se deba a que en el siglo XXI hubo un cambio importante en relación al amor, dado que produce la culpa que el deseo ya no. En el siglo de Freud los neuróticos sufrían por la culpa que les producía el deseo, por ejemplo, una fantasía de infidelidad. Hoy lo que produce culpa es dejar de amar y, al mismo tiempo, todos temen que el otro sea infiel.
¿Cuál es tu mirada respecto al colectivo feminista que se inició hace 5 años con el famoso 3J?
Mi mirada cambió con los años. Al principio, fui crítico, por prejuicios personales y porque como psicoanalista sentía que éramos criticados injustamente. De un tiempo a esta parte, creo que éramos justamente criticados, pero como dije antes: el psicoanálisis no es una teoría y, es muy cierto, puede haber múltiples aspectos machistas, sexistas o heteronormativos en lo que Freud escribió en el pasaje del siglo XIX al XX, pero eso no le quita valor a su descubrimiento. El problema es haber confundido con un debate teórico lo que fue y es una disputa de poder. Desde su origen el psicoanálisis logró ser el saber más autorizado sobre el sexo; en el siglo XX le ganó la batalla a la sexología, a la bioenergética y varias disciplinas más, hasta que se popularizaron los estudios de género y los feminismos. Fue una herida narcisista que costó asumir, pero hoy me parece saludable, aunque falten las condiciones para un diálogo honesto y es una pena ya que tanto los feminismos como los psicoanálisis comparten un mismo riesgo: volverse una moral, un discurso funcional al liberalismo individualista y de derecha.
¿Qué opinás del concepto de «hombre deconstruido»? ¿Existe el hombre «feminista»?
En diferentes ocasiones dije que me producía cierta suspicacia, porque desde mi punto de vista la deconstrucción es algo que se reconoce a partir de sus límites. El problema es que sea vuelva una pose y, mucho peor, se vuelva una versión de identidad que alguien se invente, a la que se identifique, pero que luego no se traduzca en actos. Por ejemplo, algo que a mí me preocupa es que en nombre de un principio aparentemente progresista se pueda luego ejercer una violencia. Y eso ocurre. No solo hay supuestos varones afines a la deconstrucción o al feminismo que, en lo concreto, se manejan de una forma agresiva. Es cierto que pasa también entre psicoanalistas o en cualquier ámbito. En fin, si existe un varón deconstruido o uno feminista, estoy seguro de que no es el que se autoproclama como tal. El problema, entonces, es la autoproclamación, que suele estar asociada a ese modo de funcionamiento psíquico que es la desmentida y que se expresa, por ejemplo, en el célebre refrán: “Dime de qué te jactas y te diré de qué careces”.
¿Existe un «mercado» del género en la actualidad?
¿De qué no existe un mercado hoy? El del género seguro tenga algunas particularidades, como el del psicoanálisis; pero no me interesa investigarlo ya que no es estrictamente mi campo. En todo caso, sí me importa subrayar que como todo mercado, supone algún tipo de valor y modos de acceso. Tener una autoridad en ese campo es algo que muchos anhelan, por lo que a veces son capaces de hacer cualquier cosa. Esto se relaciona con lo anterior, con la pregunta previa y mi preocupación: ¿cómo puede ser que entre personas que militan el feminismo, lo mismo que entre psicoanalistas, haya funcionamientos que sean segregativos, violentos, por no decir homicidas? Un asesino simbólico, no deja de ser un asesino. Lo que más me inquieta a mí es la poca capacidad de reflexión y cierto principio disociativo que se conforma con poner el mal en el otro. “El otro es malo” es un postulado de esta época, que conduce a una posición loca, del estilo: “Entonces yo soy bueno”. En el mercado actual, todos quieren ser buenos y, lo que es peor, ¡lo creen! Ahí ya no hay chances de diálogo, interlocución, respuesta. Esto se refleja en un gesto que me llama mucho la atención hoy en día: alguien dice algo y otro dice qué es lo que dijo, sin preguntarle siquiera qué quiso decir; es un típico funcionamiento paranoico, al que están acostumbrados los buenos.
En estos tiempos de encierro, ¿se reinvindicó el psicoanálisis?
Creo que el psicoanálisis no necesita una reivindicación. En hilo con lo anterior, no creo que el psicoanálisis tampoco requiera defensores. Sí necesita practicantes, analistas que quieran formarse para ejercer su trabajo y hacer que la vida sea más vivible para sus pacientes, en lugar de agotarse en debates supuestamente teóricos que encubren malas intenciones, rivalidades mal llevadas y competencias desleales. Quizá yo sea un hombre de otra época. Para mí todavía corre la idea iluminista de que lo importante es tratar de ser una persona honesta. Prefiero que la vida se me vaya tratando de ser honesto a creer que soy bueno o que tengo razón. Las razones no sirven para nada, son apenas motivos para justificar la mala fe. El psicoanálisis no necesita ser reivindicado, aunque sí a quien lo toca, lo reivindica. El psicoanálisis no nos necesita a nosotros, nosotros somos los que todavía necesitamos el psicoanálisis, para recuperar el sentido de una vida honesta. Prefiero decir una vida honesta antes que auténtica, porque lo más honesto quizá no sea otra cosa que reconocer que se vive entre contradicciones, vulnerable, torpe, humano, demasiado humano.
Lic en Ciencias de la Comunicación (UBA). Posgrado en Comunicación Corporativa (UADE). Maestrando en Gestión de la Comunicación en las Organizaciones (Universidad Austral). Periodista agropecuaria. Comunicadora en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria.
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