Hay quienes creen que el exclusivo interés del peronismo es acumular poder. Sin embargo, es posible distinguir en la fuerza política inaugurada por Perón líneas de pensamiento que no se agotan en esa búsqueda y se abren a una instancia reflexiva sencilla y profunda sobre la particularidad antropológica del pueblo argentino. Ello nos remite a la cuestión del sujeto. Esta categoría surge en la Modernidad identificándose con la burguesía y su proceso de cambios económicos, técnicos, sociales y políticos.
Ahora bien, ¿quiénes colman la figura del sujeto? Aquellos que, como decía Kant, se atreven a regirse por la razón y por eso han alcanzado la mayoría de edad y, añadamos, se bastan a sí mismos, son autosuficientes. Este sujeto es europeo, blanco, varón, propietario, conquistador de pueblos “primitivos”. Su virtud es la libertad y forjar otros mundos a su imagen y semejanza.
¿Pero qué ocurre con los que han sido desplazados a los márgenes de esa idea de sujeto? Esto es, con los huérfanos, con las mujeres, con los extranjeros, con los ancianos, con los que no son propietarios -excepto de su fuerza de trabajo- , con los de piel oscura, con los de piel cobriza y con todos aquellos afectados por algún tipo de vulnerabilidad socialmente construida, nunca metafísica. Su condición estructural es la de víctima.
Es preciso tener en cuenta que ese carácter de víctima no radica sólo en el desamparo económico, intelectual o político. Resulta decisivo que lo confirme una distribución simbólica tan desigual e injusta como la de la riqueza y el poder. Los grupos sociales dominantes buscan establecer su control simbólico a través del cual son aceptadas, por el conjunto, jerarquías de dignidades y escalas de méritos. Lo que se juega en ellas es el reconocimiento o el escamoteo, socialmente instituido, de la condición humana de unos y de otros. Víctimas, según el horizonte simbólico imperante, son aquellos cuya existencia carece de relieves estimables, son prescindibles. Como bien lo señala Pierre Bourdieu, de todas las distribuciones una de las más desiguales y crueles es la de los símbolos. Es decir, la de la importancia social y de las razones para vivir objetivamente vistas. Según él, lo que en definitiva no se reconoce es la humanidad de los que sufren.
Aquí radica la cabal transformación operada por el peronismo: disuelve la situación de víctima y pone en relieve la condición humana de todos. Nadie, ahora, debe probar que es un ser humano, ni renunciar a su derecho a la felicidad. Porque Perón y el peronismo instauran el Estado de justicia.
Nació en la ciudad de Buenos Aires. De formación filosófica, ha orientado su trabajo de ensayista al campo del Pensamiento Argentino y de la Filosofía Latinoamericana. Entre sus publicaciones se destacan: El cristal sin azogue, La construcción de la particularidad argentina (2002), “Una morada en la tierra, Notas sobre el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional”, en Perón, Modelo Argentino para el Proyecto Nacional (2005). “La filosofía entre el ágora y el aleph”, en La filosofía, los filósofos, las instituciones filosóficas (1994), “¿Qué hacer con la verdad? Para una impugnación de la ontoteología del poder”, en La filosofía en los laberintos del presente (1995), Destino, Kairos, justicia, La filosofía latinoamericana y la experiencia popular (Bs. As., Vinciguerra, 2016).
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